miércoles, 29 de marzo de 2017

Hay recuerdos que duelen en el alma. Cosas que sabes que aunque volvieran a suceder tal cual ya no eres la misma persona y nunca volverás a verlo de la misma manera. Y es triste.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Hay cosas en la vida que uno sabe, muy adentro. No me refiero a saber si son verdad, o si es "lo correcto" o no; me refiero a cosas propias, como qué hacer en un momento determinado, en una crisis. Esos momentos en los que te encuentras en una disyuntiva sobre hacer o no hacer, pero, en lo profundo de tu mente, corazón o como quieras llamarlo, sabes qué es lo que quieres. La incertidumbre está en el resultado, en la reacción de la gente que amas, en las consecuencias pero no en el deseo, que nace desde el vientre. Podríamos llamarlo vocación.
Lamentablemente la mayoría de los momentos de la vida no son en este estado de lucidez. La mayor parte del tiempo el miedo se impone, y terminamos haciendo lo racional preguntándonos "qué habría pasado si yo..."
Pero en mi experiencia te digo a ti, hijo o nieto que me lees: la vocación no siempre resulta bien. A veces tienes vocación de mártir y el mártir sufre, no hay nada que hacer. Hacer lo que realmente crees que debes hacer no es garantía de resultado, por tanto, piensa... ¿estoy dispuesto a hacerlo? Si estás dispuesto ve y aperra contra todo lo que venga sin quejarte y sin responsabilizar a nadie más. Si encuentras a alguien dispuesto a acompañarte en ello, quédate con esa persona y nunca más la dejes ir.
Te digo esto porque la vida es difícil, pero tú mismo eres más difícil que la vida. A veces tienes certeza razonable de que algo saldrá mal y no querrás hacerlo pero, al mismo tiempo, no serás capaz de estar en ningún otro lugar en el mundo. Sabes que ése es tu lugar. Y esa idea no te dejará vivir si no la escuchas, y caerás en la tentación de culpar por todas las consecuencias a esa mera acción, que muchas veces no tiene nada que ver.

domingo, 16 de agosto de 2015

Siempre nos dicen que la realidad es lo evidente, lo que está frente a nuestros ojos. Pero, eso no es verdad. Los ojos no ven nada, quien ve es el cerebro y el cerebro humano está lleno de laberintos y recovecos donde se esconden todas esas cosas que nos hacen ver lo que queremos, o lo que podemos ver.
Recuerdo cientos de peleas en las que no había más diferencia que la interpretación. El hecho era el mismo, y era argumento para ambas partes. ¿Cómo puede ser? Puede ser, porque la realidad no es real en el sentido positivista, es real subjetivamente. Es casi imposible ver las cosas sin asignarles sentido, estamos diseñados para asignar sentidos y significados para poder reaccionar y almacenar información que nos permitirá asignar otros significados futuros. Nadie me dio una alerta de loop infinito a tiempo.
Los recuerdos vienen a mi, entonces, según mis emociones los hayan almacenado.
Todo esto es, porque en los últimos meses, meses en los que he estado en terapia, me he dado cuenta de todos los significados que me dañan hoy en día, y de otros tantos que me son impuestos y contra los que me rebelo. No espero, por supuesto, liberarme de ellos en lo absoluto: entiendo que es la forma en la que somos humanos. Pero me enfrento a ellos y los observo con suspicacia.
Hoy discutí con Rodrigo. Más bien, él discutió conmigo.
Estuvimos toda la mañana tratando de encontrar algo que hacer para provechar el domingo y, cuando nos aprestábamos a tomar desayuno me pregunta si me parece que juegue un rato Play Station. Eso desde ya era muy confuso, sin embargo me pidió mi opinión y se la di, enumerada:
1. Íbamos a tomar desayudo, me parecía raro hacerlo mientras jugaba; y
2. Cuando él dice "un rato" suele ser toda la tarde.
Se ofendió como si le hubiera dicho que su madre era una prostituta rusa. En sus palabras, lo traté de mentiroso.
Hubiera sido fácil pedirle perdón, pero no habría sido honesto. Es verdad que se queda pegado en el Play Station, al menos desde mi ángulo. Puedo recordar muchas veces en que me molesté porque íbamos a salir a alguna parte "temprano" pero no dejaba de jugar hasta que ya no era temprano. Poco importa, en todo caso. Sigue ofendido y yo me hallo con una rara sensación de hastío.
Tengo un dolor, en mi pecho, pero no quiere tomar forma. No quiero, además, dar pie a otros significados menos favorecedores. Sólo quiero quedarme con esto, con lo que pasó, con ambos puntos de vista a secas.
Es como muchas otras veces. Cuando hablamos de fidelidad, de realidad, de bonanza, de optimismo-pesimismo.
Mejor se quedan en la trenza.

domingo, 28 de junio de 2015

Las cosas cambian mucho con la edad. En verdad mucho. Cuando uno es joven, digamos, adolescente de dieciséis o dieciocho años incluso, uno cree que nunca va a cambiar, que nunca se va a preocupar de las canas o que no va a llegar a ser tan fome como los padres y... bueno, pasa.
Tengo treinta y un años, recién. Hace dos tenía veintinueve. Sí, es obvio como para que ses absurdo comentarlo pero no, no lo es porque no puedo creer que cosas que hacía hace apenas dos años y menos, ahora son impensables para mí.
Tomar café, por ejemplo. Hace cinco o seis años aún era tarotista, trabajaba en la calle con mucho frío y para combatirlo tomaba café. Cuatro, cinco o seis eran nada. Ahora tomo Ecco, una bebida a base de cebada que me ayuda a engañar al cerebro porque debo elegir muy bien el momento para un café, que me encanta, pero que hará que sienta como mi estómago me retuerce minutos después.
El paso de la veintena a la treintena ha sido sin duda trágico para mí. Adiós hamburguesas, papas fritas, pizzas, frituras en general, bebidas gaseosas y un montón de cosas deliciosas que: uno, le hacen pésimo a mis intestinos y dos, ahora me hacen engordar de mirarlos.
Yo me reía de la Diana Bolocco y sus yogures para el tránsito lento hace un año, y ahora ellos se ríen de mí. Me reía de las dietas y las contadoras de calorías y ahora voy a comer afuera y me pido una ensalada. (Cobb, pero es ensalada al fin y al cabo).
Ni hablar de que cada vez me parezco más a mi madre, y a mi abuela. No voy a caer en el cliché de advertir nada porque a mí me lo advirtieron y ni caso. Así que, mejor me voy a pedir consejos a mis mayores, y en conciencia, que si algo tienen bueno tener treinta en vez de veinte es que uno se da cuenta que es mejor escuchar a los que ya anduvieron por este camino.

sábado, 6 de junio de 2015

Es raro como hay momentos de la vida en los que te detienes a pensar y te das cuenta de la cantidad de cosas que has olvidado. Cosas maravillosas que pensaste que siempre estarían allí, en las que pensabas todo el tiempo cuando eras más joven, las que recreabas una y otra vez en tu imaginación y pensaste que siempre te darían fuerza.

Bueno, no es así.

Me gusta almacenar recuerdos, soy una cachurera rematada, bordeando el síndrome de Diógenes mental (y no tan mental también). Pero comienzo a olvidar y no quiero.

Como cuando conocí a Rodrigo, el amor de mi vida. Es una historia graciosa porque en realidad lo conocí más de una vez, tres, para ser exacta. Fue en la tercera ocasión que pusimos atención uno en el otro y pudo nacer algo.
Las tres veces fueron en el CAJ, una oficina de servicios para jóvenes en la cual pasaba muchas, pero muchas, horas del día. Y no era la única. Allí me encontraba con mis amigos y conocidos de esos días. Es lamentable que de esas personas, no mantenga contacto con nadie. Me acuerdo de sus caras, pero no de sus nombres. Muchos de ellos habían llegado allí desde otro sitio de encuentro, en la torre de la telefónica, esa torre con forma de celular que queda en el comienzo de Providencia, en el Metro Baquedano. Telefónica Chile, se llamaba entonces la compañía que había sido CTC (Compañía de Teléfonos de Chile) y que hoy es movistar. Quizá haya cambiado de nombre para cuando tú leas esto. Esta compañía de origen español había traído el Internet recién a Chile, y para poder venderlo, puso a disposición una sala de prueba en la que pedías un turno y te prestaban un computador con acceso a la red,durante una hora. Gratis. Poco hacías con una hora de esas conexiones. Ahora todo es automático, inmediato, pero en ese entonces las fotos iban cargando línea por línea y uno esperaba, pacientemente para verla completa. Genial.
Me enteré de que el programa existía por el fan club de los Backstreet Boys. Sí, estuve no sólo en uno, sino en tres fan club de los BackstreetBoys. Unas chicas de allí que eran amigas y con las que posteriormente iniciamos un fan club propio, también de Backstreet Boys. No sé si fue la Pepa, La Roxelis o la Lina, pero una de ellas me dio el dato y fui, la primera vez con mi mamá, y luego sola, todos los días si me era posible. Pedía turno una y otra ves, y esperaba dos o tres horas si era necesario. En esa espera conoces gente, a los funcionarios del lugar y a otros que como yo, eran entusiastas de Internet y no tenían acceso a computador.
 Me acuerdo de un chico alto, que cuando lo vi por primera vez, en la torre, era gordo y vi su proceso de adelgazar y salir del closet al mismo tiempo, que terminó en el CAJ. Todos sabíamos que era gay menos él. Se preocupaba montones por su apariencia, era afeminado en su forma de moverse y hablar, pero se ofendía si preguntabas. Comenzó a hacer ejercicio, se cambió el color de pelo, empezó a usar ropa ajustada. Todo eso se veía "tecno", es decir, le gustaba la música electrónica y seguía esa tendencia también en la moda, pero luego vino el delineador... la base de maquillaje... preguntabas y el se ofendía y al otro día llegaba con una bufanda fucsia... no podías no preguntar.
Tú que lees hoy pensarás "pero qué más da, nadie es gay por eso" pero cuando yo era adolescente ser gay no era moda, era algo vergonzoso, aun oculto y castigado. Supongo que por eso él seguía negando lo evidente. No era muy simpático, y estaba siempre a la defensiva, pero cuando no hay nadie más y tienes que hacer hora... todo sirve.
Pero ese no es el punto. Internet fue generando más interés y cada vez llegaba más gente. Cada vez los turnos eran menos, y ya no valía la pena esperar. La gente dejó de venir. Yo también. Había empezado a pololear con Javier, a quien conocí allí, así que ya no era necesario ir cada día.
Javier. No conté como conocí a Javier, no puedo salir de Telefónica sin contarlo.